Román y Julia
Alejandro Campos Oliver
Román  y Julia viven en la calle Zapotecas en la colonia Ajusco de la  Delegación Coyoacán. Motociclista el primero, profesional en la entrega  de pizzas, andar en moto, sentir el galopeo del aire en la comisura de  sus labios es de las cosas más placenteras para él. 
Ella,  vendedora de perfumes en Liverpool, alberga en su memoria la tonalidad  de las más exóticas fragancias. Con sólo inhalar ocho segundos un  perfume, puede descifrar su familia y las notas que predominan en su  composición. 
Julia  detesta las pizzas y la incomodidad de las motos; Román aborrece hasta  el más sutil perfume, incluso de la crema humectante o el champú,  los  olores penetrantes le producen vértigo y por alguna extraña razón los  mostradores con vidrios largos le dan espanto y lo hacen sudar como  panadero enloquecido. 
En  una rutina casi religiosa, cada día, Román lleva a Julia en pesero a su  trabajo. Antes de las ocho de la mañana ambos ya tienen un pie en la  micro que deja a Julia en la entrada de Perisur. 
Aquella  mañana excepcionalmente nublada, un temblor sacudió la tierra. El  operador frenó de súbito. El atole del policía se derramó en todo su  uniforme.  La señora que cargaba con todo su changarro de tacos de  canasta comenzó a rezar. El padre que llevaba a sus dos hijos a la  escuela,  de pronto, dejó de regañarlos y sólo puso ojos de plato. En la  esquina un poste colapsó.  Y antes de que la gente bajara, el joven de  los inciensos, carraspeó, escupió un gargajo y espetó: 
―  ¡Ahora sí hijos de la chingada como no me quisieron comprar ningún  incienso bola de culeros ojetes me los voy a chingar antes de que se los  cargue este terremoto! ¡No se hagan pendejos y pasen a darme todo lo  que traen!

 
 

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