miércoles, 17 de septiembre de 2008

Compren la revista ASFALTICA, en su nuevo número poemas míos...

Todos invitados al taller de poesía que dictaré en el marco del IV Festival Internacional de Poesía Abbapalabra del 24 al 26 de Septiembre en S. L. P.

RESEÑA SOBRE EL POEMARIO "El pez goloso de tu lengua" de Fernando Reyes







En su edición de verano, el suplemento de poesía “Pata de Gallo” de la Revista Literaria Independiente de los Nuevos Tiempos: Literaturas.com, uno de los sitios en lengua castellana más visitados de Europa, publicó una reseña que hice sobre el hermoso poemario de mi compadre Fernando Reyes. Ojalá que les haga agua la boca:

“Ritmos encantatorias a 2 lenguas y 4 labios”


Ya lo anotaba el cantautor y poeta español Joaquín Sabina “Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción”. De forma similar lo sentencia un proverbio chino: “Un beso es como beber agua salada, bebe y tu sed aumentará”.

El lector que se sitúa frente a El pez goloso de tu lengua (Ediciones Líbera, México, 2007) percibe a un devoto turbado por la pasión del beso. Del besuqueo rampante desenfrenado todo por completo, al manso y tierno beso que comienza en el atisbo de cuatro ojos y rueda hasta el alma.

Fernando Reyes con una voz lúdica, irreverente y altamente sonora, nos ofrece 32 besos distintos cristalizados en esta bitácora-poemario que debe ser libro de cabecera para los “besólogos de corazón”. Reyes se hace un lugar en este movimiento del “besismo literario”, un espacio para sentarse a la izquierda de Béquer con su “beso búsqueda” y a la derecha de Cortázar con su “beso aliterante” en homenaje a su inmemorial capítulo 7 en Rayuela.

Ya desde los tiempos de la Biblia se encuentran cerca de 40 sugerencias -tan sólo en el Antiguo Testamento- donde se describe perfectamente al beso… Pero aquí el autor retoza con las palabras y las vuelve una verdadera exploración docta de las posibilidades del beso. Reyes, no repara en que cuando dos personas se besan intercambian una media de 40.000 parásitos y más de 250 tipos de bacterias. Para él, los besos se perciben desde el interior para plasmarse en una hilera copiosa de sensaciones.

Besos que incitan la devoción a la amada. Como una lluvia sensorial con extensiones receptivas intensísimas. Una fiesta que se campea en el placer del tacto y la búsqueda de las humedades del “otro”. Afirmando que el goce de la vida también se encuentra en la regocijante degustación de otros labios y en la pesquisa de “el pez goloso de otra lengua”.


La delectación pues, deviene de este sobrepasar los sentidos a fibras íntimas. Donde la juventud deja de ser sólo una poética del beso para convertir los besos en un diario camino posible sin itinerario en la avenida del tiempo.


Poemas que muestran el magistral movimiento de la lengua que se mueve con sapiencia sin contar ninguna historia. Besos que rompen la rutina, la intimidad supuestamente valiosa del beso por sí mismo; besos mágicos, besos que adoptan la postura más picassiana posible. Besos de apetito voraz que se dan sólo con lo ojos y que -sin permiso, mejor-, como en su “beso ocular”.


Caricias labiales y lengua paladares que, como anotaba el filósofo y escritor español Unamuno
“…vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá”. Tal vez por ello Reyes oficia el acto de la transfiguración de lo evocado. Salva lo fugaz del beso nombrándolo. Nombrar así se vuelve el encantamiento de sus suculentos y jugosos roces. El espíritu de su besología se torna cuerpo por la elisión y la alusión. Viviendo para anhelar con frenesí el estado del beso genuino.

Entonces su palabra clave puede ser recordar, su poética del beso: metaforizar el instante físico tangible a una intangibilidad de los cielos y los abismos, la metamorfosis de sus realidades a su afirmación más insondable.


Explorando desde uno de los recipientes más escabrosos: la boca, Fernando Reyes tiene, como los buenos poetas, un pie en la tradición y otro en la modernidad. Se asiste de aliteraciones como en el “beso sucio” que llevan a una eufonía que estruja al oído y comprueba que buscando y siguiendo la melopea se pueden crear atinadas metáforas. Actitud creadora experimental, que no está peleada con lo sublime.


El dominio del espacio, de la página en blanco con la disposición topográfica de sus versos, el juego que detona la continuidad chirriadora de una palabra con otra, como en el “Beso esternocleidomastoideo”, o el desfragmentación de palabras como en el elegante “beso en red dado” son muestra de su reiteración intencionadamente displicente.


Ya Octavio Paz lo asentó antes: “Un mundo nace cuando dos se besan”. “El pez goloso de tu lengua” es una reverencia magnífica ante la música, los ritmos encantatorios de la lengua, los labios, toda la cavidad maxilar y “los toboganes del cuello o los hombros”. Un jardín de ósculos con luna, su mar y su aljibe de alguien que se sabe coleccionista y buscador de todos ellos para que no escapen de la memoria fastidiosamente infiel.


Veneración constante por el concierto del tacto, de la indagación sempiterna de esos besos que se esconden en el aire, que se ocultan en un rompecabezas de posibilidades negadas.

Un poemario que sugiere por el rítmico y sinuoso galopeo de las palabras un viaje cadencioso por el siempre acuoso beso, en el que no leemos los besos del autor, sino que nos vamos leyendo y al mismo tiempo, escribiendo nuestra esencia del humano beso, porque curiosamente somos el único animal que al copular puede besarse.

Un yo lírico transfigurado en sentidos hiper erizados como en la etapa oral donde la boca es la zona erógeno preminente y pone en movimiento los labios, la lengua y el paladar en una alternancia rítmica que se aleja de lo trágico y la lógica. Escurriéndose más por la risa y la imaginación. Un poemario de un amante buscador de sazonados besos, su invitación a desarrollar el “buen besante” que llevamos dentro, del “tímido besante” que aún no ha girado en 360 º su lengua o labios al sumergirse o bucear en la boca de su amante.

Poemas que invitan a despertar una propia “besología”. A no sólo activar 12 músculos faciales mientras se da un beso en la mejilla, sino mejor un beso en la boca para utilizar 34. Besos que incitan a no esperar al tiempo e ir corriendo en círculos zigzagueantes por la boca que nos recuerde el sabor de lluvia y dulce tierra regada. Para invitarnos a asir el beso como arcilla, como barro, darle sabor a conversación nocturna, darle amplitud kilométrica de besos… de diluvios de besos y más besos.

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© Alejandro Campos Oliver